Biblioteca Ignoria

Literatura y artes

30 jul. 2018

Lin Yutang – De tenderse en la cama


Lin Yutang – De tenderse en la cama

Parece que estoy en camino de ser un filósofo de mercado, pero no lo puedo remediar. La filosofía, en general, me parece la ciencia de hacer que las cosas sencillas sean difíciles de comprender, pero puedo concebir una filosofía que sea la ciencia de hacer sencillas las cosas difíciles. A pesar de nombres como "materialismo", "humanismo", "trascendentalismo", "pluralismo" y todos los otros "ismos" muy largos, sostengo que esos sistemas no son más profundos que mi propia filosofía. La vida, después de todo, está hecha de comer y dormir, de encontrar y decir adiós a los amigos, de reuniones y fiestas de despedida, de lágrimas y risas, de hacerse cortar el cabello una vez cada dos semanas, de regar la flor en una maceta y ver cómo cae desde el techo la del vecino; y vestir nuestras nociones relativas a estos simples fenómenos de la vida con una jerga académica, no es más que una treta para ocultar una extrema escasez o una extrema vaguedad de ideas por parte de los profesores universitarios. La filosofía, por lo tanto, ha pasado a ser una ciencia por cuyo medio empezamos cada vez más a comprender cada vez menos lo que somos. Lo que han conseguido los filósofos es esto: cuanto más hablan, más confusos quedamos.

Sorprende ver cuan pocas personas tienen conciencia de la importancia del arte de tenderse en cama, aunque en realidad, a mi juicio, las nueve décimas partes de los descubrimientos más importantes del mundo,-tanto científicos como filosóficos, son realizados cuando el hombre de ciencia o el filósofo se halla acostado en su cama, a las dos o a las cinco de la mañana.

Algunos se acuestan de día y otros se acuestan de noche. Me refiero a la vez a acostarse, a tumbarse o tenderse física y moralmente, porque los dos aspectos coinciden. He notado que quienes convienen conmigo en la creencia de que estar tendido en cama es uno de los más grandes placeres de la vida, son los hombres honestos, en tanto que quienes no creen en la bondad de tenderse en cama, son mentirosos, y en realidad están mucho tiempo tumbados de día, moral y físicamente. Quienes se tienden de día son los que persiguen la elevación moral, los maestros de Jardín de infantes y los lectores de las Fábulas de Esopo, en tanto que quienes admiten francamente que se debe cultivar conscientemente el arte de tenderse en cama son los hombres honrados, que prefieren leer cuentos sin moraleja, como Alicia en el País de las Maravillas. ¿Cuál es, pues, el significado de tenderse en cama, física y espiritualmente? Físicamente, significa retirarse consigo mismo, cerrarse al mundo exterior, cuando uno asume la postura física más indicada para el descanso y la paz y la contemplación. Hay cierto modo adecuado y lujoso de estar tendido en la cama. Confucio, ese gran artista de la vida, "nunca yacía derecho" en la cama "como un cadáver", sino doblado hacia un lado.  Creo que uno de los mayores placeres de la vida es enroscar o cruzar las piernas en la cama. La postura de los brazos es también muy importante, a fin de lograr el más alto grado de placer estético y poder mental. 'Creo que la mejor postura no consiste en tenderse largo a largo en la cama, sino en apoyarse en grandes y suaves almohadones a un ángulo de treinta grados, con uno o los dos brazos colocados detrás de la nuca. En esta postura, cualquier poeta puede escribir poesía inmortal, cualquier filósofo puede revolucionar el pensamiento humano, y cualquier hombre de ciencia puede realizar descubrimientos que hagan.

Es sorprendente ver cuan pocas personas se hallan advertidas del valor de la soledad y la contemplación. El arte de estar tendido en la cama significa algo más que el descanso físico después de haber pasado un día de esfuerzo, y de completo aflojamiento de los nervios después de que toda la gente que ha encontrado uno, todos los amigos que han de decir chistes tontos, y todos los hermanos y hermanas que han tratado de corregir el comportamiento de uno y de llevarle al cielo, le han arruinado del todo los nervios. Es todo eso, lo admito. Pero es algo más. Si se cultiva debidamente este arte, debe resultar una especie de limpieza mental. En realidad, muchos hombres de negocios que se vanaglorian de marchar a gran paso por la mañana y la tarde, y de tener siempre ocupados tres teléfonos en el escritorio, no alcanzan a comprender que podrían ganar el doble de dinero si se dieran una hora de soledad, despiertos, en la cama, a la una o aun a las siete de la mañana. ¿Qué importa, aunque se quede uno en cama hasta las ocho? Mil veces mejor sería que se proveyera de una buena caja de cigarrillos sobre la mesita de noche, y que dedicara mucho tiempo a levantarse de la cama y a resolver todos sus problemas del día antes de limpiarse los dientes. Allí, cómodamente estirado o encogido, en pijama, libre de la picante ropa interior de lana o la irritación del cinturón o los tiradores, y de la sofocación de los cuellos y los duros zapatos de cuero, cuando los dedos de los pies están emancipados y han recobrado la libertad que pierden inevitablemente durante el día, puede pensar la verdadera cabeza de los negocios, porque solamente cuando están libres los dedos de los pies se halla libre la cabeza, y solamente cuando está libre la cabeza es posible pensar de verdad. En esa cómoda posición puede ponderar sobre sus aciertos y errores de ayer, y desbrozar lo importante de lo trivial en el programa del día que tiene por delante. Sería más conveniente llegar a las diez a la oficina, dueño de sí mismo, que aparecer puntualmente a las nueve, o aun un cuarto de hora antes para vigilar a sus subordinados como un patrón de esclavos, y "atarearse por nada", como dicen los chinos.

Pero para el pensador, el inventor y el hombre de ideas, significa aun más tenderse tranquilamente en la cama durante una hora. Un escritor puede obtener más ideas para sus artículos o su novela en esta posición que sentándose tercamente ante el escritorio toda la mañana y la tarde. Porque allí, libre de los llamados telefónicos y de los visitantes bien intencionados y las comunes trivialidades de la vida cotidiana, ve la vida a través de un cristal o de una cortina de cuentas, diríamos, y se tiende una aureola de poética fantasía en torno al mundo, al que imparte una mágica belleza. Allí ve la vida, no en su crudeza, sino transformada de pronto en un cuadro más real que la vida misma, como las grandes pinturas de Ni Yünlin o Mi Fei.

Lo que realmente ocurre en la cama es esto: Cuando uno está en la cama los músculos descansan, la circulación se hace más suave y más regular, la respiración cobra tranquilidad, y todos los nervios ópticos, auditivos y vasomotores se encuentran más o menos en descanso completo, produciendo una quietud física más o menos total, y con ello se,, hace más absoluta la concentración mental, sea sobre las ideas o sobre las sensaciones. Aun con respecto a las sensaciones, las olfativas o auditivas por ejemplo, nuestros sentidos están más agudizados en ese momento. Toda buena música debe ser escuchada tendido en cama. Li Liweng dice en su ensayo sobre "Sauces" que se debe aprender a escuchar tendido en la cama el canto de los pájaros al amanecer. ¡Qué mundo de belleza nos espera si aprendemos a despertarnos al alba y escuchar el celestial concierto de los pájaros! En verdad, hay una profusión de música de los pájaros en casi todas las ciudades, aunque estoy seguro de que muchos residentes no lo notan. Por ejemplo, esto es lo que he escrito sobre los sonidos que escuché una mañana en Shanghai:

Esta mañana desperté a las cinco después de dormir muy bien y escuché un glorioso festín de sonidos. Lo que me despertó fue el sonido de las sirenas de las fábricas en una gran variedad de tonos y de fuerza. Al rato oí un distante repiqueteo de cascos de caballos: debía ser una fuerza de caballería que pasaba por la calle de Yuyuen; y en ese tranquilo amanecer me causó más deleite estético que una sinfonía de Brahms. Hubo luego algunos gorjeos tempranos de cierta especie de pájaros. Lamento no conocer la ciencia de los pájaros, pero gocé lo mismo de los gorjeos.

Hubo otros sonidos, es claro: el "boy" de algún extranjero, seguramente al cabo de una noche de juerga, apareció a eso de las cinco y media y comenzó a golpear una puerta. Se oyó después a un basurero que barría una calleja vecina con el bisbiseo de su escoba de bambú. De pronto, un pato salvaje, supongo, surcó el cielo, dejando ecos de su ku.ng-tu.ng en el aire. A las seis y veinticinco escuché el distante trueno de la máquina del tren de Shanghai-Hangchow que llegaba a la Estación Jessfield. Hubo uno o dos sonidos de los niños que dormían en el cuarto vecino. Empezó a agitarse entonces la vida y un distante murmullo de actividades humanas en la vecindad cercana y lejana aumentó gradualmente en volumen e intensidad. En la planta baja de la casa se habían levantado ya los sirvientes. Se abrían las ventanas. Se colocaba un gancho en una puerta. Una tosecilla. Un suave ruido de pisadas. Un golpeteo de tazas y platillos. Y de pronto el bebé gritó: "¡Mamá!"

Este fue el concierto natural que escuché aquella mañana en Shanghai.

Durante toda la primavera, aquel año, mi mayor placer fue escuchar a una especie de ave que se llama, probablemente, codorniz o perdiz en este idioma. Su llamado de amor consiste en cuatro notas (do . mi : re \ — : — . si), de las cuales el re dura dos o tres compases y termina en el medio de un compás, seguido por un si abrupto, entrecortado, en la octava más baja. Es la canción que yo solía escuchar en las montañas daban los lugares comunes confucianos. Sucedió, empero, que se tradujo la frase "estilo familiar" por una frase china que significa "estilo cachaciento". Esta fue la señal para un ataque del campo comunista, y ahora tengo la indiscutible reputación de ser el más ocioso de todos los escritores ociosos de China y, por ende, el más imperdonable, "mientras vivimos este período de humillación natural".

Admito que me apoltrono en las salas de mis amigos, pero los demás también lo hacen.

¿Para qué son los sillones, de todos modos, sino para que se apoltrone la gente? Si los caballeros y las damas del siglo XX tuvieran que sentarse erguidos todo el tiempo, con absoluta dignidad, no habría sillones en las salas modernas, sino que nos sentaríamos en tiesos muebles de madera, y los pies de la mayoría de las señoras colgarían a buena distancia del suelo.

En otras palabras, hay una filosofía en repantigarse en el asiento. La mención de la palabra "dignidad" explica exactamente el origen de la diferencia en los estilos de sentarse que tenía la gente de antaño y la moderna. La gente de antes se sentaba con el fin de parecer digna, mientras la gente moderna se sienta a fin de estar cómoda. Hay un conflicto filosófico entre las dos porque, según las nociones antiguas que existían hace medio siglo, la comodidad era un pecado, y estar cómodo era ser irrespetuoso. Aldous Huxley la ha expuesto con suficiente claridad en su ensayo sobre "Comodidad". La sociedad feudal que hizo imposible el nacimiento del sillón hasta los días modernos, según la describe Huxley, era exactamente lo mismo que la que existió en China hasta hace una generación. Hoy, todo hombre que se diga amigo de otro no debe tener miedo de poner las piernas sobre el escritorio en el cuarto de su amigo, y tomamos esto como muestra de familiaridad, en lugar de falta de respeto, aunque poner las piernas sobre el escritorio en presencia de un miembro de la generación mayor sería cosa diferente.

Hay una relación más íntima de lo que sospechamos entre la moral y la arquitectura y la decoración de interiores. Huxley ha señalado que las damas occidentales no se bañaban frecuentemente porque temían verse el cuerpo desnudo, y este concepto moral postergó durante siglos el nacimiento de las modernas bañaderas esmaltadas. Podemos comprender por qué en el diseño del antiguo moblaje chino se prestaba tan poca consideración a la comodidad humana, sólo cuando advertimos el ambiente confuciano en que vivía la gente. Los muebles chinos de caoba fueron ideados para que la gente se sentara erguida, porque ésa era la única postura aprobada por la sociedad. Hasta los emperadores chinos tenían que sentarse en un trono en el cual yo no querría quedarme más de cinco minutos, y en cuanto a eso los reyes ingleses no lo pasaban mejor. Cleopatra solía andar por ahí reclinada en un canapé llevado por sirvientes, porque, al parecer, jamás había oído hablar de Confucio. Si Confucio le hubiese visto hacer tal cosa, de seguro que le habría "golpeado los tobillos con un bastón", como hizo con uno de sus viejos discípulos, Yüan Jang, a quien encontró sentado en una postura incorrecta. En la sociedad confuciana en que vivíamos, las damas y los caballeros tenían que mantenerse perfectamente erguidos, al menos en ocasiones formales, y el menor intento de levantar una pierna habría sido interpretado en seguida como muestra de vulgaridad y falta de cultura. Es más: para demostrar mayor respeto, al ver a un funcionario superior, uno tenía que sentarse delicadamente en el borde de la silla, haciendo un ángulo oblicuo, lo cual era una muestra de respeto y la cumbre de la cultura. Hay también una íntima conexión entre la tradición confuciana y las incomodidades de la arquitectura china, pero no entraremos ahora en eso.

Gracias al movimiento romántico de final del siglo XVIII y principios del XIX, esta tradición de clásico decoro se ha perdido, y estar cómodo ya no es pecado. En cambio, ha ocupado su lugar una actitud más veraz hacia la vida, debida tanto al movimiento romántico como a una mejor comprensión de la psicología humana. El. mismo cambio de actitud que obligó a que se cesara de considerar inmorales las diversiones teatrales, y "bárbaro" a Shakespeare, ha hecho posible también la evolución de los trajes de baño de las mujeres, de las bañaderas limpias y de los sillones y divanes cómodos, y un estilo de vivir y de escribir más veraz y a la vez más íntimo. En este sentido hay una verdadera relación entre mi costumbre de apoltronarme en un sofá y mi intento de introducir una escritura más íntima y fácil en el moderno periodismo chino.

Si admitimos que la comodidad no es un pecado, debemos admitir también que cuanto más cómodamente se disponga •un hombre en un sillón, en la sala de un amigo, tanto mayor respeto muestra por su huésped. Después de todo, estar como en su casa y parecer cómodo en casa ajena no es más que ayudar al dueño o dueña de la casa a que tenga feliz éxito en el difícil arte de la hospitalidad. ¡Cuántas dueñas de casa han temido, han temblado ante la posibilidad de una fiesta en que los invitados no se muestren dispuestos a estar a sus anchas! Siempre he ayudado a los dueños de casa, poniendo una pierna sobre una mesita de té, o cualquier otro objeto cercano, y de ese modo he obligado a todos los demás a desprenderse de la capa de falsa dignidad.

Yo he descubierto una fórmula relativa a la comparativa comodidad de los muebles. Esta fórmula puede ser expuesta en términos muy sencillos: cuanto más baja es una silla, tanto más cómoda resulta. Muchas personas se habrán sentado en cierta silla de la casa de un amigo, extrañados de que fuera tan cómoda. Antes del descubrimiento de esta fórmula solía pensar yo que los peritos en decoración interior tenían probablemente una fórmula matemática que les daba la proporción entre la altura y el ancho y el ángulo de inclinación de las sillas, para procurar el máximo de comodidad a los que se sientan. Desde el descubrimiento de esta fórmula he visto que era más sencillo. Tómese cualquier mueble de pino de China y córtesele unos centímetros de las patas, e inmediatamente se hace más cómoda; y si se le cortan otros pocos centímetros, más cómoda aun se hace. La conclusión lógica es, claro está, que uno se siente más cómodo cuando está tendido en cama. Sí, es tan sencillo como eso.

Desde este principio fundamental podemos ir al corolario de que cuando nos vemos sentados en una silla demasiado alta y a la que no le podemos cortar las patas, todo lo que tenemos que hacer es buscar algún objeto sobre el cual podamos descansar las piernas y disminuir así teóricamente la diferencia de nivel entre las caderas y los pies. Uno de los sistemas más comunes que empleo es el de abrir un cajón del escritorio y apoyar en él los pies. Pero dejo al sentido común de cada uno la aplicación inteligente de este corolario.

Para corregir cualquier falsa idea de que acostumbro a estar repantigado durante la dieciséis horas que paso despierto en el día, debo apresurarme a explicar que soy capaz de estarme empecinadamente sentado ante el escritorio o frente a una máquina de escribir durante tres horas seguidas. Cuando quiero exponer claramente que el aflojamiento de nuestros músculos no es necesariamente un crimen, no pretendo decir que debemos tener los músculos flojos todo el tiempo, o que es la postura más higiénica que podemos asumir durante todo el día. Muy otra es mi intención. Al fin y al cabo, la vida humana se cumple en ciclos de trabajo y de juego, de tensión y aflojamiento. La energía cerebral del hombre y su capacidad para el trabajo se presenta en ciclos mensuales, como el cuerpo de la mujer. William James dijo que cuando se ajusta demasiado la cadena de una bicicleta no se consigue que corra mejor, e igual ocurre con la mente humana. Todo, al fin y al cabo, es cuestión de costumbre. En el cuerpo humano hay una capacidad infinita para nuevos ajustes. Los japoneses, que tienen la costumbre de sentarse en el piso con las piernas cruzadas, deben sufrir calambres, supongo, si se les hace sentar en sillas. Sólo si alternamos entre la postura absolutamente erecta, del trabajo en las horas de oficina, y la postura de tendernos en un sofá después de un duro día de trabajo, podemos lograr la más alta sabiduría de la vida.

Una palabra para las señoras: cuando no hay nada cerca para descansar los pies, pueden encoger las piernas y enroscarlas sobre un sofá. Nunca parecen ustedes tan encantadoras como cuando están en esa actitud.

La importancia de vivir

Susan Sontag – El tigre está en la biblioteca. Carta a Jorge Luis Borges


Susan Sontag – El tigre está en la biblioteca. Carta a Jorge Luis Borges


12 de junio de 1996 
Querido Borges:

Dado que siempre colocaron a su literatura bajo el signo de la eternidad, no parece demasiado extraño dirigirle una carta. (Borges, son diez años.) Si alguna vez un contemporáneo parecía destinado a la inmortalidad literaria, ese era usted. Usted era en gran medida el producto de su tiempo, de su cultura y, sin embargo, sabía cómo trascender su tiempo, su cultura, de un modo que resulta bastante mágico. Esto tenía algo que ver con la apertura y la generosidad de su atención. Era el menos egocéntrico, el más transparente de los escritores... así como el más artístico. También tenía algo que ver con una pureza natural de espíritu. Aunque vivió entre nosotros durante un tiempo bastante prolongado, perfeccionó las prácticas de fastidio e indiferencia que también lo convirtieron en un experto viajero mental hacia otras eras. Tenía un sentido del tiempo diferente al de los demás. Las ideas comunes de pasado, presente y futuro parecían banales bajo su mirada. A usted le gustaba decir que cada momento del tiempo contiene el pasado y el futuro, citando (según recuerdo) al poeta Browning, que escribió algo así como "el presente es el instante en el cual el futuro se derrumba en el pasado". Eso, por supuesto, formaba parte de su modestia: su gusto por encontrar sus ideas en las ideas de otros escritores.

Esa modestia era parte de la seguridad de su presencia. Usted era un descubridor de nuevas alegrías. Un pesimismo tan profundo, tan sereno como el suyo no necesitaba ser indignante. Más bien, tenía que ser inventivo... y usted era, por sobre todo, inventivo. La serenidad y la trascendencia del ser que usted encontró son, para mí, ejemplares. Usted demostró de qué manera no es necesario ser infeliz, aunque uno pueda ser completamente perspicaz y esclarecido sobre lo terrible que es todo. En alguna parte usted dijo que un escritor –delicadamente agregó: todas las personas– debe pensar que cualquier cosa que le suceda es un recurso. (Estaba hablando de su ceguera.)

Usted fue un gran recurso para otros escritores. En 1982 –es decir, cuatro años antes de morir (Borges, son diez años)– dije en una entrevista: "Hoy no existe ningún otro escritor viviente que importe más a otros escritores que Borges. Muchos dirían que es el más grande escritor viviente... Muy pocos escritores de hoy no aprendieron de él o lo imitaron". Eso sigue siendo así. Todavía seguimos aprendiendo de usted. Todavía lo seguimos imitando. Usted le ofreció a la gente nuevas maneras de imaginar, al mismo tiempo que proclamaba, una y otra vez, nuestra deuda con el pasado, por sobre todo con la literatura. Usted dijo que le debemos a la literatura prácticamente todo lo que somos y lo que fuimos. Si los libros desaparecen, desaparecerá la historia y también los seres humanos. Estoy segura de que tiene razón. Los libros no son sólo la suma arbitraria de nuestros sueños y de nuestra memoria. También nos dan el modelo de la autotrascendencia. Algunos piensan que la lectura es sólo una manera de escapar: un escape del mundo diario "real" a uno imaginario, el mundo de los libros. Los libros son mucho más.

Lamento tener que decirle que la suerte del libro nunca estuvo en igual decadencia. Son cada vez más los que se zambullen en el gran proyecto contemporáneo de destruir las condiciones que hacen la lectura posible, de repudiar el libro y sus efectos. Ya no está uno tirado en la cama o sentado en un rincón tranquilo de una biblioteca, dando vuelta lentamente las páginas bajo la luz de una lámpara. Pronto, nos dicen, llamaremos en "pantallas-libros" cualquier "texto" a pedido, y se podrá cambiar su apariencia, formular preguntas, "interactuar" con ese texto. Cuando los libros se conviertan en "textos" con los que "interactuaremos" según los criterios de utilidad, la palabra escrita se habrá convertido simplemente en otro aspecto de nuestra realidad televisiva regida por la publicidad. Este es el glorioso futuro que se está creando –y que nos prometen– como algo más "democrático". Por supuesto, usted y yo sabemos, eso no significa nada menos que la muerte de la introspección... y del libro.

Por esos tiempos no habrá necesidad de una gran conflagración. Los bárbaros no tienen que quemar los libros. El tigre está en la biblioteca. Querido Borges, por favor entienda que no me da placer quejarme. Pero, ¿a quién podrían estar mejor dirigidas estas quejas sobre el destino de los libros –de la lectura en sí– que a usted? (Borges, son diez años.) Todo lo que quiero decir es que lo extrañamos. Yo lo extraño. Usted sigue marcando una diferencia. Estamos entrando en una era extraña, el siglo XXI. Pondrá a prueba el alma de maneras inéditas. Pero, le prometo, algunos de nosotros no vamos a abandonar la Gran Biblioteca. Y usted seguirá siendo nuestro modelo y nuestro héroe

Traducción: Claudia Martínez

Georg Trakl - Cantar de Kaspar Hauser



Georg Trakl - Cantar de Kaspar Hauser


Para Bessie Loos

El amaba sin duda el sol que por la colina bajaba purpúreo,
los caminos del bosque, el negro pájaro cantor
y el verdor alegre del follaje.

Gravemente moraba a la sombra del árbol
y era puro su rostro.
Dios habló, dulce llama, a su corazón:
¡Oh criatura!

Al caer de la tarde encontraron en calma sus pasos la ciudad;
el oscuro reclamo de su boca:
Quiero ser un jinete.

Lo seguían empero el árbol y la bestia,
la casa, el jardín vespertino de hombres blancos
y su asesino iba en su busca.

Primavera y verano y hermoso el otoño
del justo, su leve paso
al lado de las oscuras alcobas de los hombres que sueñan.
De noche se quedaba solo con su estrella;

vio que caía la nieve en la rama desnuda
y en la sombra vespertina del zaguán la sombra del asesino.

Plateada cayó la cabeza del que no nació.



Kaspar Hauser Lied          

Für Bessie Loos

Er wahrlich liebte die Sonne, die purpurn den Hügel hinabstieg,
Die Wege des Walds, den singenden Schwarzvogel
Und die Freude des Grüns.

Ernsthaft war sein Wohnen im Schatten des Baums
Und rein sein Antlitz.
Gott sprach eine sanfte Flamme zu seinem Herzen:
O Mensch!

Stille fand sein Schritt die Stadt am Abend;
Die dunkle Klage seines Munds:
Ich will ein Reiter werden.

Ihm aber folgte Busch und Tier,
Haus und Dämmergarten weißer Menschen
Und sein Mörder suchte nach ihm.

Frühling und Sommer und schön der Herbst 
Des Gerechten, sein leiser Schritt
An den dunklen Zimmern Träumender hin.
Nachts blieb er mit seinem Stern allein;

Sah, daß Schnee fiel in kahles Gezweig
Und im dämmernden Hausflur den Schatten des Mörders.

Silbern sank des Ungebornen Haupt hin.


Versión de Américo Ferrari


G. K. Chesterton - Breve historia de Inglaterra


G. K. Chesterton - Breve historia de Inglaterra

La mayoría de los libros de historia se escriben para corregir otros libros de historia. La Breve historia de Inglaterra no es una excepción. Concéntrico a fuerza de excentricidad, irónico por convencido, paradójico por aparentemente extemporáneo, Chesterton quiso escribir una historia popular —cuando la mayoría de los relatos de la historia de Inglaterra eran extremadamente antipopulares—, en la que lo fundamental radicara no tanto en los acontecimientos en sí como en la importancia que estos hubieran tenido. En palabras de Bernard Shaw, el autor de este libro fue «el más conciso y a la vez el más completo historiador que este país desamparado pudo encontrar».

Antón Chéjov - El jardín de los cerezos


Antón Chéjov - El jardín de los cerezos

El jardín de los cerezos es una obra de teatro que cuenta la historia de una familia de origen ruso que se ve en problemas financieros y económicos; sin embargo no se preocupa por mejorar o recuperar lo que está casi a punto de perder. Lubova Andreievna, terrateniente recién arruinada, vuelve a la casa familiar, al «Jardín de los Cerezos», el lugar donde vivió desde niña y del que ahora tendrá que desprenderse. Sobre la pérdida se construirán las nuevas vidas de aquéllos cuyos destinos siempre estuvieron ligados al Jardín. Atrás quedan los recuerdos, los viejos empleos, los afectos… Un mundo de esperanzas y nuevas oportunidades surgirá de la desgracia, de la crisis.

Fiódor Dostoyevski - El Gran Inquisidor


Fiódor Dostoyevski - El Gran Inquisidor

A partir de esta parábola relatada en Los hermanos Karamazov, que recrea la segunda venida y detención de Jesucristo en época de la Inquisición española, Dostoyevski hace una profunda y delicada reflexión sobre la fe, el sufrimiento, la naturaleza humana y el libre albedrío. Se incluyen también las impactantes páginas escritas por el autor durante su exilio en un campo de prisioneros de Siberia.

29 jul. 2018

David Foster Wallace - Encarnaciones de niños quemados



David Foster Wallace - Encarnaciones de niños quemados


El Padre estaba a un lado de la casa poniendo una puerta para el inquilino cuando oyó los chillidos del niño y la voz alterada de la Madre entre los mismos. Pudo moverse deprisa, y el porche trasero daba a la cocina, y antes de que la puerta mosquitera se cerrara de un golpe a su espalda el Padre pudo contemplar toda la escena, la olla volcada en la baldosa del suelo que quedaba justo delante de la cocina y la llama azul del fogón y el charco de agua en el suelo todavía humeando mientras sus muchos brazos se extendían, el bebé con el pañal holgado de pie y rígido mientras le salía vapor del pelo y del pecho y los hombros de color rojo intenso y los ojos en blanco y la boca muy abierta y dando la sensación de estar de alguna manera separada de los ruidos que estaba emitiendo, la Madre apoyada en una rodilla intentando secarlo absurdamente con el trapo de fregar los platos y soltando gritos tan fuertes como los de su hijo, tan histérica que estaba casi paralizada. La rodilla de ella y los piececitos descalzos y suaves seguían en el charco humeante, y lo primero que hizo el Padre fue coger al niño por las axilas y levantarlo del charco y llevarlo al fregadero, donde tiró varios platos y accionó el grifo de un golpe para que corriera agua fría por los pies del niño mientras con la mano ahuecada recogía agua y se la derramaba o bien se la arrojaba sobre la cabeza y los hombros y el pecho, con el objeto de que antes que nada dejara de salirle vapor, y la Madre detrás de su espalda invocando a Dios hasta que él la mandó por toallas y vendas si es que tenían, el padre moviéndose deprisa y bien y con su mente masculina vacía de todo salvo aquello que estaba haciendo, sin darse cuenta todavía de la ligereza con que se estaba moviendo o del hecho de que había dejado de oír los chillidos porque oírlos lo paralizaría y le impediría hacer lo que hacía falta hacer para ayudar a su hijo, cuyos gritos eran tan regulares como la respiración y tardaron tanto en apagarse que acabaron por convertirse en una cosa más de las que había en la cocina, algo más que eludir para moverse con presteza. La puerta trasera para el inquilino, fuera, colgaba a medio atornillar de su bisagra superior y el viento la movía un poco, y un pájaro posado en el roble del otro lado de la entrada para coches parecía observar la puerta con la cabeza inclinada mientras seguían saliendo gritos del interior. Las peores quemaduras parecían estar en el brazo y el hombro derechos, el color rojo del pecho y la barriga se fue volviendo rosado bajo el agua fría y el Padre no podía ver ampollas en las suelas suaves de sus pies, a pesar de lo cual el bebé todavía tenía los puños cerrados y chillaba, aunque tal vez ahora de forma puramente refleja y por miedo, el Padre no sabría hasta más tarde que había pensado en aquella posibilidad, con la carita dilatada y venas nudosas abultándole en las sienes, y el Padre no paraba de decir que estaba allí, que estaba allí, a medida que le bajaba la adrenalina y que una furia hacia la Madre por permitir que pasara aquello empezaba a acumularse de forma intermitente en el fondo más recóndito de su mente, todavía a horas de distancia de ser expresada. Cuando la Madre regresó él no estuvo seguro de si envolver o no al niño con una toalla pero acabó por mojar la toalla y envolverlo, lo lió bien fuerte y levantó a su bebé del fregadero y lo puso en el borde de la mesa de la cocina para tranquilizarlo mientras la madre intentaba examinarle las plantas de los pies, agitando una mano en las inmediaciones de su boca y emitiendo palabras absurdas mientras el Padre se inclinaba y ponía la cara delante de la del niño sentado en el borde a cuadros de la mesa repitiendo el hecho de que estaba allí y tratando de calmar los chillidos del niño, pero el niño seguía gritando sin aliento, con un sonido agudo, puro y brillante que podía pararle el corazón y con los labios y las encías granulosas ahora teñidas del color azul claro de una llama baja o eso le pareció al Padre, gritando casi como si siguiera debajo de la olla inclinada y sufriendo el mismo dolor. Así pasaron un minuto o dos que parecieron mucho más largos, con la Madre al lado del Padre hablando en tono cantarín a la cara del niño y la alondra en la rama con la cabeza inclinada a un lado y una línea blanca apareciendo en la bisagra como resultado del peso de la puerta inclinada hasta que la primera voluta de vapor apareció perezosamente desde debajo del borde de la toalla y los padres intercambiaron una mirada y abrieron mucho los ojos: el pañal, que cuando abrieron la toalla e inclinaron a su niño hacia atrás sobre el mantel a cuadros y desabrocharon las lengüetas reblandecidas e intentaron quitarlo se resistió un poco provocando más chillidos y resultó estar caliente, el pañal de su bebé les quemó las manos y vieron dónde había caído realmente el agua y dónde se había acumulado y había estado quemando a su bebé todo aquel tiempo mientras él gritaba pidiendo ayuda y ellos no lo habían ayudado, no se les había ocurrido, y cuando se lo quitaron y vieron el estado de lo que había allí la Madre dijo el nombre propio de su Dios y se agarró a la mesa para no perder el equilibrio mientras el padre se daba la vuelta y le pegaba un puñetazo al aire de la cocina y se maldecía a sí mismo y también al mundo y no por última vez, y ahora su hijo podría haber estado dormido si no fuera por el ritmo de su respiración y por los ligeros movimientos acongojados de sus manos en el aire de encima del sitio donde estaba tumbado, unas manos del tamaño del pulgar de un hombre adulto que habían agarrado el pulgar del Padre en la cuna mientras el niño miraba cómo la boca del padre se movía al cantar una canción, con la cabeza inclinada y dando la impresión de mirar algo situado más allá, algo que hacía sentirse solo a su Padre, como apartado. Si nunca han llorado ustedes y quieren llorar, tengan un hijo. «Break your heart inside and something will a child» es la canción gangosa que el Padre vuelve a oír casi como si la mujer de la radio estuviera allí a su lado mirando lo que han hecho, aunque horas más tarde lo que el Padre menos podrá perdonarse es lo mucho que quería un cigarrillo justo mientras estaban envolviendo la entrepierna del niño lo mejor que podían con vendas y con dos toallas de mano cruzadas, después el Padre lo levantó en brazos como si fuera un recién nacido, cogiéndole el cráneo con la palma de la mano, se lo llevó corriendo a la camioneta recalentada y quemó los neumáticos hasta llegar al pueblo y a la sala de urgencias del hospital dejando la puerta del inquilino abierta y colgando durante el día entero hasta que la bisagra cedió, pero para entonces ya era demasiado tarde, para cuando la cosa fue irreversible y ellos no llegaron a tiempo el niño ya había aprendido a salir de sí mismo y ver cómo sucedía todo lo demás desde un punto en lo alto, y lo que fuera que se perdió entonces nunca más volvió a importar, y el cuerpo del niño se expandió y echó a caminar y ganó un sueldo y vivió su vida sin inquilino, una cosa entre cosas, y el alma de su yo fue en gran medida vapor en lo alto, que caía como la lluvia y luego se elevaba, y el sol subía y bajaba como un yoyó.

En Extinción

27 jul. 2018

Friedrich Hölderlin - Ensayos



Se reúnen en este volumen todos los ensayos de un autor que no cultivó el ensayo como género, pero que nos dejó en sus escritos testimonios de su reflexión sobre su propia labor poética en trabajos como "Sobre los diferentes modos de poesía", "Sobre el modo de proceder del espíritu poético",... En otros textos, Hölderlin se enfrenta con la obra de los clásicos: "Notas sobre Edipo y Antígona ", "Fragmentos de Píndaro", o con temas diversos. Así: "Sobre la religión", "El devenir en el perecer" y otros. Se incluye igualmente el "Proyecto" que suele subtitularse "el más antiguo programa de sistema del idealismo alemán", que, aunque redactado materialmente por Schelling, parece haberlo sido bajo la inspiración directa de Hölderlin en 1795, para ser después copiado por Hegel en 1796. La versión de estos textos ha sido realizada por Felipe Martínez Marzoa, catedrático de filosofía en la Universidad de Barcelona, traductor también de Kant al castellano y de Sófocles al gallego, y autor de numerosas obras de filosofía entre las que cabe destacar, por su relación con este trabajo, De Kant a Hölderlin (1992) y Hölderlin y la lógica hegeliana (1995).

Maksím Gorki - Los vagabundos


Maksím Gorki - Los vagabundos

Entre 1895 y 1899, Gorki escribió relatos y novelas cortas donde recogía su propia experiencia personal como vagabundo por la gélida Rusia, arrastrando una vida miserable y trabajando ocasionalmente para conseguir un mendrugo de pan con el que engañar al hambre y un harapo para burlar el frío. Las historias de vagabundos, a los que describe como seres libres que se oponen individualmente a las enormes diferencias de clases de las sociedad rusa, le fueron llevando desde el realismo hacia un romanticismo reivindicativo que marcaría en el futuro su literatura y le llevaría a apoyar abiertamente la revolución de 1917. Sara Gutiérez ha seleccionado y traducido seis de las piezas más brillantes dedicadas por Gorki a los vagabundos, algunas de ellas inéditas en español y otras que dejaron de editarse hace años.