de en fr es sr
Cornelia Travnicek
Reseña
Fragmento:
—HOY VOY YO CON CHETA —digo y le quito el libro a Cheta.
— ¿Por qué yo? —pregunta Cheta y extiende la mano hacia su libro.
—Hoy no va nadie —dice Magare.
—Si digo que voy yo con Cheta entonces yo voy con Cheta.
Magare se encoge de hombros: —¿Ya miraron afuera?
MIRO AFUERA. Dos dragones luchan en el cielo sobre la ciudad. Uno de ellos escupe fuego, el otro hielo. Me quedo parado bajo los árboles frente a la entrada de nuestra casa y me sujeto de la cortina de bolitas. Cuando chocan los cuerpos de los dragones la onda sonora está a punto de derribarme. El cielo se oscurece como si los contendientes crearan remolinos de polvo allá arriba. La lluvia que empieza a caer de repente borra todo eso.
—Hoy no va nadie —digo, cuando regreso donde los otros con la cara mojada.
MÁS TARDE ESTOY TENDIDO boca arriba y lanzo castañeteando con la punta del índice y del pulgar una moneda en dirección al techo, una y otra vez. Cae lluvia sobre nuestro tejado de lámina.
A mi lado Cheta sigue leyendo. Tiene un montón de libros. Nadie se pelea por ellos. Introduzco el pulgar de mi mano izquierda en una trabilla de mi pantalón. Las puntas de mis zapatos apuntan al cielo. Silbo una melodía. No leo nunca.
Cheta me lanza una almohada que saca mi moneda de su órbita. La moneda cae al suelo y sale rodando.
—¿Viejo?
—¡Deja de silbar, estoy leyendo!
—Mierda —. Por un momento abrazo la almohada que ha caído en mi pecho, la aprieto con fuerza. Después se la lanzo a Cheta lo más duro que puedo. La almohada cae por casualidad en su libro y la cosa vieja y desgastada se divide en varias partes.
—¡Hey! —grita.
—Y tú también —contesto, como si estuviera cansado,
La cortina de bolitas de la entrada se mueve. Entra Magare. Tiene gotas de lluvia en la frente. Cheta recoge las hojas de su libro.
Magare se quita la camiseta y se seca con ella. Encuentra muchas ocasiones para quitarse la camiseta. Después se deja caer junto a mí, saca su paquetico plástico del bolsillo del pantalón y me lo lanza a los muslos.
—Házmelo, hombre.
—Háztelo tú mismo,
Yo río. El ríe.
Me le acerco, el se da vuelta hacia mí. Abro la bolsita y esparzo un tantito del polvo dorado en la palma de mi mano.
—Cuidado.
Ahueco mis dos manos como una taza entre Magare y yo, a la altura de su cara.
—¡A las tres!
Cuento uno, cuento dos y cuando cuento tres soplo el polvo dorado frente a la nariz y la boca de Magare, se forma una nubecita brillante; Magare inhala profundamente, tanto que parece que las costillas van a atravesarle la piel.
—Piensa en algo hermoso —digo.
Y vuelvo a reír.
—SE DICE QUE si uno piensa en algo hermoso, en un buen recuerdo, mientras inhala el polvo de hadas, podría salir volando.
CUANDO CEDE LA LLUVIA nos sentamos afuera. No hay nubes en el cielo, no se sabe de donde siguen viniendo las gotas. Alzo la vista hacia los árboles. Veo un loro.
—Allí —digo y hago una señal, pero ninguna mirada sigue a mi dedo.
El loro se arregla con su pico torcido las plumas de la cola. Es rojo con un poco de azul. Dejo caer la cabeza a un lado, apoyo el brazo en la hierba húmeda, me deslizo bajando cada vez más, sin perder de vista al loro. Las hojas alrededor de él fulguran siguiendo un ritmo constante: verde vivo, plateado claro, verde vivo, plateado claro. El pájaro tiene los ojos rodeados de blanco. Él también me mira de reojo.
Esta es una de las razones por las que no puedo abandonar lo del polvo de hadas: sin él no podría ya ver esos colores.
Qué espontáneamente se apoya el dorso de la mano de Magare en mi mano.
LA CIUDAD TIENE dos orillas que dan al mismo río, un gran río. A nadie le interesa lo que está entre las orillas. Nuestra isla es la tierra de nadie. Aquí el tiempo pasa más despacio, o más rápido en las orillas de la ciudad, depende de cómo se mire. Se dice que todos los niños abandonarían algún día la tierra de nadie. Cuando ya sean adultos. Pero un niño no. Yo me niego a ser adulto.
CADA VEZ QUE Krakadzil dirige su mirada escrutadora al baúl de los tesoros, siento que esa misma mirada se posará después en mí. Como si yo fuera una moneda de oro falsa. Una vez me tomó de la barbilla, movió mi cabeza de un lado a otro, apretándome la barbilla con los dedos, y después escupió y dijo:
—No hay barba, ¿eh?
—No hay barba —respondí, y adelanté la barbilla.
(P. 26-34)
© 2020 Picus Verlag, Viena
© de la traducción, Francisco Díaz Solar, 2020
>> Incentives