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Raphaela Edelbauer: Das flüssige Land.

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Roman.
Stuttgart: Klett-Cotta, 2019.
350 Seiten; geb.; Euro 22,-.
ISBN: 978-3-608-96436-3.

Raphaela Edelbauer

Reseña

 

Fragmento:

El fin del invierno y el deshielo pocos meses atrás habían hecho que en tiempo récord la mitad de la ciudad se hundiera más de un metro y había dejado las calles en un estado de tal desolación que al cruzarlas se tenía la sensación de estar atravesando un pantano. Todos los adoquines del revestimiento histórico de la ciudad estaban desperdigados por plazas y calles como por efecto de una explosión. Aunque una y otra vez habían intentado fijarlos con hormigón, se soltaban en cuanto una noche húmeda el agujero se hundía aunque no fuera más que un milímetro. Durante todo el año el terreno era extremadamente resbaladizo: todos habíamos adquirido habilidades magistrales para, no obstante, avanzar a pie. Incluso los ancianos, que en situaciones normales apenas estaban en condiciones de mantener el equilibrio sobre tierra firme, apartaban el bastón con gran destreza a un costado como acróbatas en la soga a gran altura. La plaza principal era el centro del hundimiento: allí, los adoquines no solo estaban sueltos, sino que se habían plegado en el medio hasta formar un montículo, que caía en forma de embudo hacia la imagen del antiguo arcángel. Allí abajo, es decir, en el punto inferior de la parábola, el mes anterior se había abierto el primer resquicio hacia la mina. Primero, estrecho como el ojo de una aguja; poco después, del grosor de un puño y una pierna. Todos los días, camino a mi trabajo, veía ese negro espacio vacío, del cual sabía por cálculos propios que se encontraba arriba de la hondonada más profunda del agujero, y me imaginaba cómo caería una piedra que fuera lanzada a esa falla tras recorrer ciento cincuenta metros por el interior de la montaña.

La única manera de cruzar la plaza principal con forma de embudo era caminando por su borde de pizza a la piedra. Los que de todos modos teníamos que hacerlo, nos movíamos recorriendo la estrecha cresta paralela a las fachadas, en actitud atenta hacia el prójimo, respetando la prioridad de paso, y haciendo señas con la mano a los conocidos que iban avanzando del lado opuesto de la plaza sosteniéndose de farol en farol. Nos encontrábamos sobre la misma estructura pero no podíamos llegar unos a otros. Yo iba pasando con la espalda contra la pared por el lado este de la plaza, más lento que de costumbre, porque a esa hora ya había un grupo de alumnos de la escuela primaria camino al colegio, sujetados a las maestras con sogas adelante y atrás. Pese al estado desolador de la ciudad, los habitantes de Gross-Einland de buen ánimo habían colocado bulbos en las macetas, y los primeros brotes ahora me raspaban la nuca. Daba la sensación de que cruzar esa plaza llevaba horas, cuando en realidad solo duraba unos minutos. Quizás lo más curioso era que el ritmo del hundimiento se trasladaba en gran medida a la manera de percibir el tiempo de los habitantes: en semanas en las que los hundimientos se producían rápidamente, el tiempo parecía volar y casi no había oportunidad para tomar nota de los numerosos cambios en el aspecto de la localidad, de modo que en el transcurso de pocos momentos parecía producirse la erosión de años. Pero si todo permanecía constante, el curso de las cosas adoptaba casi cierta viscosidad y los meses pasaban rodando por encima mío con indolencia irrelevante. Entonces apenas notaba cómo había pasado todo un otoño. Tal como la naturaleza, en circunstancias normales, afectaba la percepción del tiempo al compás de las cuatro estaciones, aquí las cosas se estancaban o fluían con los hundimientos. Abandonar la plaza principal era una bendición. Aunque el resto de la ciudad también estaba en cierta medida devastado, se descartaba toparse con desniveles tan tajantes.

(pp.170 y ss.)

© 2019 Klett-Cotta, Stuttgart
© de la traducción, Martina Fernandez Polcuch, 2019

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