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Ljuba Arnautovic: Junischnee.

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Nieve de junio. Novela.
Viena: Zsolnay Verlag, 2021.
192 páginas; EUR 22,70.
ISBN 978-3-552-07224-4.

Ljuba Arnautovic

Reseña

Fragmento:

Nina llama todavía a su marido por el nombre con el que lo conoció en el campo de prisioneros: Viktor. Le resulta, por lo general, muy difícil considerarlo extranjero y no ruso, y por si fuera poco, «alemán». Aún no ha transcurrido un año desde que Karl llegara a Kursk tras haber sido liberado del Gulag. Dos días después Karl empezó ya a trabajar en el aserradero. Tras un verano como novios, ambos se presentaron en el Registro Civil y aceptaron la fecha más cercana posible. En la boda, el único extranjero era el novio. En su tiempo libre, Karl ha emprendido algunas reformas en la casa de los padres de Nina —en la cual vivía junto con su madre, Anastasia, desde que sus hermanos «subieron» en la escala social gracias a sus matrimonios—, de modo que ahora la joven pareja cuenta con una habitación propia. Karl ha reparado el destartalado techo, y durante el verano y el otoño se ha dedicado a poner en conserva, junto con su suegra, cantidades enormes de frutas y verduras que él mismo ha bajado a la bodega. Menuda energía la de ese hombre. Y él sí que sabe lo que es pasar hambre. Los intervalos entre las contracciones del parto son todavía prolongados. La han instruido y preparado en unos cursos prenatales. Nina no tiene miedo. Cuando le viene una contracción, se detiene, apoya ambas manos sobre la espalda y echa una ojeada al camino ya recorrido. Todavía avanza por una zona llana, el camino seguirá cuesta arriba cuando haya cruzado el río. La casa de sus padres se halla situada en una depresión del terreno que, aunque incorporada a la ciudad y próxima a su centro, tiene carácter rural. Debido a la inundaciones que se producen cada año, la administración no ha considerado necesario asfaltar los caminos o dotarlos de alcantarillado. Sólo se ha dotado de electricidad a las casas, y de eso hace poco, los cables se mecen en el aire al ritmo marcado por los altos postes de madera basta y todavía de color claro, que anuncian las palabras de Lenin sobre el socialismo y la electrificación.
Las contracciones cesan y Nina sigue caminando. Su destino se encuentra arriba, en la ancha calle principal. El Ayuntamiento, la oficina de Correos, dos grandes tiendas y un hotel rodean la espaciosa «Plaza Roja» con la estatua de Lenin. La clínica de maternidad, un edificio de dos plantas pintado de color verde claro y con marcos blancos para las ventanas, se encuentra algo retirado hacia el fondo, en medio de un pequeño parque. En los últimos meses ha estado allí con frecuencia para controles médicos y cursos de preparto.
Cuando está a punto de tener la siguiente contracción, Nina ha llegado ya al estrecho puente, se aferra a la barandilla de madera y mira hacia abajo. No es posible determinar los límites del río, sus aguas están tan congeladas como las orillas. El río divide la ciudad del campo, dos mundos muy distintos. Y su hija debe nacer en el nuevo mundo, entre paños esterilizados y bajo supervisión médica. Nina es una mujer soviética moderna. Está orgullosa de los logros de su país. Para ella no tiene importancia alguna ser la primera hija en una larga serie de hijas primogénitas. Eso que su abuela Yevgeniya o su madre Anastasia denominan «su marca» es para Nina un lunar como otro cualquiera.
Justo después del puente de madera empieza a elevarse el camino, en cuyo extremo más alto se yergue la iglesia, que ahora alberga un almacén de piezas de repuesto para las maquinarias del aserradero construido en los terrenos del antiguo monasterio. En verano huele a aceite lubricante y madera. Nina sabe que habrá que bautizar en secreto a su hija. Su madre se crió en la época anterior a la Revolución, es creyente y supersticiosa a la vez, algunos la consideran una curandera; otros, una bruja. «Nosotros, pertenecientes a la nueva generación, la dejaremos hacer», piensa Nina. «Dejaremos que lleve al bebé donde el pope, que llenará el fregadero de su cocina con agua tibia del acueducto municipal y le añadirá un par de gotas de agua bendita extraídas de un pequeño frasco. Hará que la abuela compruebe con el codo la temperatura del agua antes de sumergir en ella tres veces a la nieta, al tiempo que canturrea unos conjuros pronunciados en una lengua antigua. Antes sacará unas tijeras y cortará algunas puntas de la delicada pelusa que crece en aquella cabecita, con lo cual eliminará todo el mal que la recién nacida ha traído a la tierra desde su anterior y oscura existencia. A falta de un altar tras el cual guardar los endemoniados cabellos de los niños bautizados, depositará los mechones en un cofrecillo, a la espera de que lleguen otros tiempos». Nina sonríe. Eso, sin duda, no le ocasionará a su hija ningún perjuicio.

Págs. 112-114

© 2021 Zsolnay Verlag, Viena
© de la traducción, José Aníbal Campos, 2021

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