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Paulus Hochgatterer: Der Tag, an dem mein Großvater ein Held war.

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Reseña

Fragmento:

Llegaron las golondrinas. A veces algo así lo cambia todo. Estás parada en alguna parte, por ejemplo, frente a la casa, y reflexionas y contemplas las nubes como todos los días, y después de un rato te das cuenta de que algo es diferente. Primero sigues con la vista la línea del horizonte, después miras por encima de las colinas, los techos, las coronas de los árboles. Luego buscas un silbido en el aire, un zumbido o quizá un olor. Al final examinas tu ropa, quizá le hiciste un agujero sin querer, en la manga, en la rodilla o bajo la axila. No encuentras nada. De repente lo sabes: son las gaviotas, han regresado. Por lo demás, todo es igual que ayer.

Las nubes galopantes, las madrigueras de los topos, las ramas quebradas bajo los árboles frutales, el trepador azul, que sube y baja por la pared del cobertizo. Los trepadores azules son animales de la suerte, dice Laurenz, igual que los sapos, los erizos o los ciervos volantes. Las urracas y los zorros traen mala suerte, dice. Las gaviotas se precipitan hacia abajo como flechas y trazan lazos oblicuos entre el cobertizo y el establo. Son las que tienen las barrigas blancas y las colas en V, no las de las colas de tenedor y gargantas rojas. Andorinas, aviones comunes. Es inútil, las confundo todo el tiempo. De cuando en cuando se posan en el caballete del cobertizo. Con las golondrinas no estoy segura si traen buena o mala suerte.

Entro a la casa por la puerta de atrás, subo la escalera, entro a la derecha al cuarto de las chicas y saco del armario uno de los cuadernos de color marrón, un lápiz y la pequeña navaja con mango de cuerno. Nadie me ve. Vuelvo a bajar y a salir. Echo a correr desde la puerta del cobertizo, cruzo la pradera en diagonal, hacia el jardín de la casa, a lo largo de la cerca gris y después subo entre los campos por la colina. En la cima, al lado de un arbusto de endrino raquítico, giro rápidamente sobre mi propio eje, una vez y otra y otra. Después me siento en la pradera. En este lugar, muy cerca del arbusto, el suelo casi siempre está seco. Miro a mi alrededor. Aquí lo veo todo. Este es mi lugar.

Dicen que me llamo Nelly. A veces lo creo, a veces no. A veces pienso que me llamo Elisabeth o Katharina. O Isolde, como la joven vendedora de la tienda de sombreros. De cuando en cuando bajo a la ciudad a verla. Cuando estoy parada en la calle frente al negocio y miro a través del escaparate, veo el torso de Isolde flotando por el local, a lo largo de los armarios, de un lado para otro. La cabeza con el moño de un castaño rojizo flota también. De la cintura para abajo permanece invisible. Me imagino que la mitad inferior de su cuerpo se ha sentado en alguna parte. Quizá se ha cansado de tanto andar de acá para allá. Quizá no le guste el moño o la forma en la que la mitad superior dice ¿En qué puedo servirle? Pero estas cosas no se las cuento a nadie.

Dicen que tengo trece años, hay un documento, para ser exactos, una hoja con un sello, en la que están mi nombre y mi fecha de nacimiento. Nunca he visto esa hoja. Además, mi cumpleaños me da lo mismo. Aquí nadie festeja su cumpleaños. El santo sí, el cumpleaños no. Cuándo es mi santo no lo sabe nadie. Si pregunto por él, se encogen de hombros. Si pregunto por la escuela, se ponen nerviosos. Laurenz dice que es cierto que las personas deben aprender algo, pero que todo a su tiempo. Que de momento lo mejor para todos es que espere un poco antes de ir a la escuela. Qué es realmente lo mejor para mí, no lo sé.

Algunas cosas sí las sé con seguridad: estoy aquí desde hace ciento cuarenta y seis días. Tengo un plan. A veces miento.

A partir del tercer o cuarto día empecé a hacer rayas en mi primer cuaderno marrón, en la última página, una por cada día. Cuatro rayas verticales, una transversal, paquetes y paquetes de cinco rayas. Cómo sabes que se hace así? ?me preguntó Laurenz. Ni idea ?dije, y él remató ?Como un piloto de combate. El cuaderno me lo dio él por aquel entonces, así nomás. –Tienes pinta de ser alguien a quien le gusta escribir– dijo. Y que él mismo había tenido alguna vez ese mismo aspecto. Eso había hecho que primero lo metieran al seminario y luego lo nombraran escribano del frente.

(Págs. 7 ss)

© 2017 Deuticke Verlag, Viena
© de la traducción, Claudia Cabrera, 2017

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