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Padrenuestro.
Novela.
Hanser Berlin, 2019.
288 p.; Euro 22,70.
ISBN 978-3-446-26259-1.
Angela Lehner
Reseña
FRAGMENTO: CAPÍTULO 1 – EL PADRE
EL VIAJE
Me ataron las manos en la espalda. Tengo la cabeza apoyada en un vidrio polarizado. Aunque nadie fume, los asientos me revelan consumos de nicotina anteriores. Delante de mí hay una reja. Y delante de la reja está sentada una agente, cuya coleta se mueve con el viento de la marcha.
El aire acondicionado está apagado. Lo cual me sorprende. Si hubiera tenido que comentar algo sobre la policía austriaca, habría dicho que encenderían el aire acondicionado y a la vez bajarían la ventanilla. Pero no. No lo hicieron. Qué prudentes que son.
(...)
Cuatro horas después doblamos en la calle Hütteldorferstrasse y alguien comienza a tararear una melodía. El cielo ya se va tornando cursi cuando de repente aparece frente a nosotros un enorme recinto enrejado. El hombre-posahuevos se baja del coche y estira la espalda. Mientras llenan formularios, yo dejo vagar la mirada sobre Viena. Los anocheceres de verano siempre me reconcilian con la vida. Personas nuevas con uniformes nuevos se hacen cargo de mí. Me despido de mis agentes policiales con un movimiento de cabeza. Un hombre me va conduciendo a través del predio. Se escuchan crujir nuestros pasos en el guijarro. Los músculos de mis piernas no están acostumbrados a estas subidas, y noto cómo me cuesta seguirle el ritmo. Con cada paso que damos, las puntas de nuestros zapatos se van empolvando más y más. Mientras voy pensando en el verano, que absorbe todo lo que necesita de la tierra, giramos hacia un camino asfaltado. Un par de metros más y nos detenemos ante un portal blanco. Arriba de la entrada leo el número 15. El cuidador saca un enorme llavero y empieza a buscar.
Echo un vistazo al recinto del establecimiento –sólo un poco, todavía no quiero verlo todo– y descubro a un grupito de personas en pantalones deportivos, a diez metros de distancia, en medio de la huerta. Una mujer de hombros anchos habla con insistencia a algunos de ellos, mientras que otros acomodan la cosecha sobre un mantel extendido en el suelo.
–Pues ¡qué clima pedagógico que hay aquí! –le digo a mi guardia.
–Bueno, ya... –me contesta.
Seguro que lo dice muy seguido. De repente huelo un perfume dulzón que me es conocido. Escucho gritos de disgusto y me vuelvo otra vez hacia la huerta. Una joven de unos veinte años con orejas de soplillo va pisoteando la cosecha de tomates acomodados en manteles, aplastando un tomate tras otro. Grita y apoya las muñecas atadas en la cabeza, sobre su pelo castaño atado en un nudo. La enfermera detiene a la joven del tomate y le habla con enojo. En ese momento se les acerca otra figura. Levanta su brazo delgado y le apoya la mano en el hombro de la joven. Baja la cabeza y le susurra algo. Ella deja de gritar. En eso la figura levanta la cabeza y nuestras miradas se encuentran. Se queda inmóvil. El cuidador me empuja para que avance por la puerta ya abierta. Nuestros pasos resuenan en las paredes.
–¿Hay alguien ahí que conozca? –pregunta él.
–Sí –le digo yo.
Estoy desnuda. Me tuve que desvestir detrás de un biombo. En realidad es curioso que uno se tenga que desvestir a escondidas y la desnudez, en cambio, no se presente como un problema. Me revisó una enfermera que después salió. Me dejó a solas en una sala llena de bisturíes y tijeras quirúrgicas. Me pregunto si me puedo volver a vestir, pero me siento, así como estoy, otra vez en la camilla, balanceando mis piernas. No quiero que alguien piense que me da vergüenza estar desnuda. Se abre la puerta, y vuelve la enfermera con un médico. Debe tener unos cincuenta años y está medio calvo. Cuando me ve, se detiene. Le pregunta a la enfermera en voz baja si no terminamos con la revisación. Después se da vuelta y me pregunta:
–¿No se quiere vestir, Srta. Gruber?
(...)
Carraspeo y le digo:
–¿Le puedo hacer una pregunta?
El doctor Korb asiente con la cabeza:
–Claro, adelante.
–Quiero saber si hay un paciente aquí que se llama Bernhard Gruber.
Me mira fijamente, con cierto recelo. Me quiere decir algo, pero le corto la palabra y le digo:
–Es mi hermano. Creo haberlo visto hace un rato en el jardín.
(págs. 11-16)
© 2019 Hanser Berlin
© de la traducción, Helga Lion, 2019
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