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Reseña
Sueños de golondrinas
Fragmento – CapÃtulo 23
Hay un trajecito sobre el sofá-cama. De color lila y con perfume a lavanda. ¿La madre le habrá puesto en la noche uno de esos saquitos de tela floreados, cuyo perfume le provoca dolor de cabeza a Freda? Freda tiene que vestir el traje para la misa de gallo.
—Es entallado, con aplicaciones modernas —le dijo la madre queriendo convencerla. Dos dÃas antes se acercó al armario, sacó la percha con el vestido de lino de Freda y le dio unos golpecitos a la tela: los ojos sobre el dobladillo deshilachado.
—¿Qué van a pensar las esposas de los consejeros y funcionarios cuando vean estos remiendos? ¡Además tú ya no eres una niña!
Se acerca con el chaleco lila para que Freda se lo ponga. De repente y como por arte de magia, la madre saca de su bolsillo un sombrero que hace juego con el traje. La madre da dos pasos hacia atrás, la mira de arriba a abajo, y frunciendo el ceño, cierra los botones a la altura del pecho, acomoda el sombrero: asà te queda espléndido.
—¡Una belleza! —exclama contenta.
Desde que el padre está menos presente en casa, la madre se volvió más maniática con la moda. Todos los ahorros gastados en un pañuelo rojo vivo de seda, un monedero azul oscuro de pana, un vestido de invierno blanco de cachemira, un collar de perlas color salmón. Guantes de encaje, broches esmaltados, cinturones de gamuza, gorras de crochet. Cuanto más exclusivas las prendas, mejor el humor. Sale caro cortar las lágrimas, piensa Freda. Y jadeando en su traje ajustado, ya se ve sentada en el banco de la iglesia apretujadita entre hombres y mujeres con sus trajes de domingo. La madre logró conseguir asientos en la tercera fila. ¡Pero qué boda ni hijos de condes! Las esposas de los consejeros no perdonan tan rápidamente a un bastardo. Además andan diciendo por ahà que la niña se está viendo con un niño judÃo. Hace un par dÃas se la pudo ver cuando salÃa corriendo directamente después de misa al centro de la ciudad hasta la casa de oración. ¿Para qué habremos de necesitar una sinagoga por esta zona? Con esa fachada tan mugrienta y venida abajo. ¡Se escuchan voces del Reich alemán que ya falta muy poco para acabar con todo eso!
Freda se imagina a sà misma levantándose del banco de la iglesia, abriéndose camino por entre la gente para llegar al pasillo central, sin perder de vista las llamas de las velas de adviento, corriendo hacia afuera, a la plaza de la iglesia, hasta las praderas y campos, arrojando los zapatos, tirando de las aplicaciones del traje hasta arrancarlas y abrirlo a la altura del pecho. Los botones descosidos saltan por los aires.
(págs. 103-104)
El maestro aún no la dio por perdida a Freda. Apoyado en la barra, las manos en los bolsillos de sus pantalones negros y mientras está hablando, se reclina hacia atrás y hacia adelante. Cada vez que se acerca a la madre, que está detrás de la barra de madera, su mirada parece intensificarse. Freda se ha escondido en la cocina y apretujada en la rendija entre la puerta y la despensa observa el comedor del bodegón. La madre pule ostensivamente los cubiertos, nunca antes las copas de los clientes habituales estuvieron tan brillosas.
—¡Qué pena me da esa niña! —suspira el maestro.
La madre toma otra copa, mete la punta del trapo, aprieta la tela entre el pulgar y el dedo Ãndice contra la copa y la va girando.
—Escúcheme, yo no me encuentro en tal posición. Mi marido hace semanas que no aparece por aquÃ... —dice e interrumpe la frase. Sigue puliendo con más presión. A Freda le parece escuchar los chirridos de la tela que va puliendo la copa por entre los murmullos del bodegón. Los chirridos se asemejan a un grito reprimido.
El maestro se queda pensativo. Franz canta canciones de guerra en la mesa de los clientes habituales.
—Camarada, camarada —balbucea, la punta de la nariz hacia arriba, hamacándose en su silla. Cuando Freda lo mira, casi se cae. El maestro apoya la mano en la barra, con la palma de la mano mirando hacia arriba, como queriendo proponerle una idea excepcional:
—¿Te ha contado Freda que quiere ser pilota?
La madre apoya la copa con ruido sobre la mesada.
—¿Volar? —exclama soltando una sonora carcajada—. Pero si Ud. no tiene ni idea. ¿Cómo quiere que ella como mujer...? Freda es una hija de gastrónomos, una niña ilegÃtima, sin mucho sentido de la belleza. Puede estar agradecida si al menos hay alguien que se interese por ella.
La madre da un paso hacia delante, sale detrás de la barra y lo mira al maestro fijamente a los ojos.
—Con todo respeto, Dr. Wagner, ¿a Ud. en la universidad le sirvieron ingenuidad en bandeja?
(págs. 108-109)
© 2018 Editorial Picus, Viena.
© de la traducción, Helga Lion, 2019
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