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Reinhard Kaiser-Mühlecker Fremde Seele, dunkler Wald [Alma extraña, bosque oscuro]

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Reseña

Fragmento:

Bajo sus pies crujía la nieve endurecida, caída hacía varias semanas, una nieve que no se pegaba ya a los zapatos. No obstante, conforme a la costumbre, se los sacudió, produciendo un breve estruendo en la rejilla del umbral, antes de abrir la puerta de la nave, donde apenas se sentía más calor que fuera. Era lunes, y sólo algunos habían llegado ya; sin embargo, aún no habían empezado a trabajar, daban vueltas por el lugar, charlaban, tomaban café o fumaban. Cuando él entró, todos miraron al unísono hacia la puerta. ¿Esperaban a alguien que no era él? ¿Por qué lo miraban entonces de un modo tan extraño, como si les hubiesen pasado un trapo mojado por la cara? Jakob no le dio demasiadas vueltas al asunto. Aunque nadie lo saludó, él sí que lo hizo, luego soltó un bostezo y se dirigió al cambiador para dejar el casco y los guantes y cambiarse de zapatos. Mientras estaba ocupado con esto y sacaba un café de la máquina, llegaron los demás. Tampoco ellos lo saludaron, aunque con los otros hablaron como lo hacían siempre. «Qué raro», pensó Jakob, pero también le dio igual. Después de haber bebido su café a sorbitos, buscó las cosas que necesitaba para retomar el trabajo que había interrumpido la semana anterior. Buscó en vano no solo el pequeño martillo, sino también la caja con las bridas. Tal vez había dejado olvidadas las herramientas en su sitio de trabajo. Echó mano a lo que encontró y se dirigió hacia el fondo de la nave.
–¿Qué haces tú aquí?
Alguien cuyo rostro no podía ver, porque estaba arrodillado en el suelo, dándole la espalda, se disponía a usar las bridas que Jakob había estado buscando; era rubio y algo corpulento: el pantalón se le tensaba en los muslos y el trasero.
–Estoy trabajando –dijo el otro, apenas sin volverse y alzando la nariz en gesto arrogante. Jakob estaba seguro de que no lo conocía.
–Lárgate, éste es mi sitio –dijo él–.
Y devuélveme mi martillo.
El desconocido no respondió y continuó trabajando, impasible. A Jakob le llamó la atención el logotipo grabado en la espalda del uniforme verde.
–¿Tú también trabajas para Maschinenring? –preguntó, sorprendido.
–Hum –murmuró el otro.
–No sabía que iban a enviar a alguien más.
–¿Cómo que a alguien más? A mí me dijeron que sustituiría a uno que no iba a volver.
Jakob enmudeció. Hizo un par de preguntas más, casi todas superfluas; las había hecho con tal de no quedarse sin decir nada; estaba sorprendido, pasmado y quería disimularlo; porque sabía ya lo que quizá podía haber sabido desde hacía mucho tiempo, que querían deshacerse de él, que ya no lo querían ahí. ¿Acaso no llevaba al menos una semana notando un trato diferente?
Él no había querido verlo. ¿Cabía la posibilidad de que un simple rumor tuviera tales repercusiones? ¡Era cosa de locos! Jakob echó una ojeada por encima del hombro y vio que los estaban observando. Se quedó de piedra. Entonces abandonó la nave por una puerta lateral. En el tiempo transcurrido, el día había aclarado bastante. Jakob miró el reloj. Iban a ser las siete y media. Dio una vuelta a la nave y caminó arriba y abajo. A las siete y media en punto llamó al departamento de personal.
–Le habla Jakob Fischer –dijo, casi sin aliento, apenas se puso alguien al otro lado de la línea–. ¿Por qué rayos nadie me ha dicho nada?
Cuando se dio cuenta de que hablaba con la mujer –no con Bernd, al que conocía desde la escuela y al que nunca había podido tragar–, su rabia se apaciguó al instante; él había hablado muy a menudo con aquella mujer, y ésta siempre se había mostrado muy amable con él.
–¿No está Bernd? –preguntó antes de que ella pudiera responderle, algo enfadado ahora por no poder dar rienda suelta a la rabia que sentía.
–Hoy llegará un poco más tarde.
–¿Por qué nadie me llamó?
¿Habéis perdido mi número? ¿Qué significa todo esto?
–Yo misma intenté llamar, pero no te localicé, Jakob –dijo la mujer–. Te dejé incluso un mensaje en el buzón de voz. ¿No lo oíste?
–No –dijo él, ahora en voz más baja–. Nunca lo escucho.
–¿Fuiste hasta la obra?
–¿Tú qué crees?
–Pues lo siento, de verdad.
Lo mejor será que te marches a casa. Ya veré adónde enviarte mañana. No había nada más para hoy, te lo decía también en mi mensaje de voz. Te llamaré otra vez por la tarde. ¿De acuerdo?

(págs. 218 – 221)

© 2016 S. Fischer Verlag, Fráncfort del Meno
© de la traducción, CamposJosé Aníbal Campos, 2016

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