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Reseña
Muestra de texto
Siempre nos habÃamos aplicado mucho para que las cosas salieran bien, mientras los paÃses/ciudades pasaban de largo. Ahora pasaba de largo la vida vienesa con su charlatana diversidad, la vida de Zagreb y Graz flotando en su apartado brazo lateral, la vida de Belgrado enfrascada en su intento de deshacerse a mordiscos de su cola. Nos escocÃan las cicatrices rosadas de las heridas que nos habÃamos infligido nosotras mismas al tratar ciegamente de sacarnos del lodo en el que estábamos metidas de nacimiento y por la emigración. Estábamos descontentas. VenÃamos de la cochambre, pero no vinimos para saltar de un curro malo a otro igual eternamente. En eso os habéis equivocado con nosotras. Vinimos para vivir la vida de la publicidad. Movilicé todas mis fuerzas para pensar en algo positivo. Por ejemplo, querÃa a los animales que dependÃan de mà y a las personas que me reÃan los chistes. La comunicación acertada me motivaba, lo mismo que el éxito en general. Pero todo eso era un mal consuelo ante la multiplicidad de los horrores. La gente bajaba precipitada por las escaleras y las llenaba de vómitos. Las palomas aprovechaban la situación para cebarse en el ácido amarillo. Eran las mismas escaleras que Mascha, Direktorka y yo subÃamos lentamente, en dirección a la clase media, pero sin final a la vista. QuerÃamos llegar hasta la cima, hasta la superficie de la tierra, para de pronto ser personas completamente distintas, como aquellas larvas que, en la superficie de la tierra, pierden los órganos que necesitaron para abrirse camino por los túneles subterráneos, sustituyéndolos por alas banales, cursis, coloreadas. No veÃamos llegar el dÃa en que nos reveláramos como optimistas contentas. Nuestra escalera se encontraba en Viena. SabÃamos que era absolutamente necesario subir escaleras, pero los escalones eran abruptos y peligrosos. Éramos prudentes. Si eres paloma, tienes que ser prudente en todo momento. Si eres persona sin respaldo, también. PodÃamos perder la vida en cualquier instante. PodÃamos perder la vida en cualquier instante. Era ese mantra que me habÃa asediado durante las diez horas de viaje de Belgrado a Viena. Era el mismo mantra que me venció cuando la noche se abatió sobre el sábado y el Sette Fontane.
Volvimos a nuestro reservado antes de que hubiera terminado el concierto. Al mirar mis papeles me di cuenta de que estaba un poco borracha.
Una vez fuera de la rutina cotidiana, empieza la improvisación desenfrenada, que es el supremo arte de vivir, al tiempo que constituye el mayor peligro. La humareda era tal que no se veÃa nada. Mascha dijo que camino al váter habÃa oÃdo que el Sette Fontane tenÃa aire acondicionado, pero que era imposible encenderlo simultáneamente con la calefacción. "En la vida ocurre exactamente igual", pensé. Ninguna de las tres vislumbrábamos un futuro luminoso. Es difÃcil ser camarera, pero aún más difÃcil es ser camarera entrada en años. Si Direktorka seguÃa de ese modo, llegarÃa el dÃa en que no pudiera explicarse a sà misma cómo habÃa acabado ahÃ, y aún menos por qué habÃa continuado en ello. Tarde o temprano, Mascha sufrirÃa el sÃndrome del quemado. Yo me desmejorarÃa a ojos vistas. No me veÃa con valor para concluir el pensamiento. Era hora de escapar a esta situación sin salida. HabÃa llegado el momento que esperaba toda la noche.
"Llevo toda la noche esperándolo" dije.
Fuera, el viento hacÃa rodar los cuerpos heridos de los pájaros. Miré directamente a los ojos de Mascha, luego a los de Direktorka, para prevenir posibles prejuicios o decisiones ya tomadas, pero sus caras estaban ablandadas por la cerveza, y la bolsita belgradense en el cuello de Direktorka se encontraba en estado de relajación.
"Preguntaos lo siguiente dije": ¿por qué personas como nosotras estamos sentadas sobre el fondo de nuestra alma? ¿Por qué todo lo que hacemos sólo provoca que nos hundamos aún más en el lodo en el que ya estamos metidas? ¡Ya estamos con el lodo al cuello! ¿Cómo vamos a explicar nuestras biografÃas sedientas, nerviosas?
"No tengo ni idea. ¿Cuál es la respuesta?" replicó Direktorka.
"¿Tú a las palomas alguna vez les has mirado a los ojos? ¿Has visto cómo esos insaciables botones rojinegros lo devoran todo: edificios, personas y perros, cuando en realidad no hacen otra cosa que picotear migajas de pan mojado? Pues nosotras igual. Nuestros ojos son voraces; nuestros labios, delgados; las piernas, flacas; los brazos, prácticamente inexistentes… Sé que vuestro primer impulso será rechazar mi propuesta, pero os pido que me dejéis acabar y que después reflexionéis sobre lo que voy a decir.
Mascha y Direktorka se enderezaron y apoyaron los codos sobre la mesa para oÃrme mejor.
"Habréis notado que últimamente estoy insólitamente nerviosa."
"Pues, más o menos" dijo Direktorka, un poco más que de costumbre.
"Estoy en un apuro. Ya no me sale nada. Hace unos dÃas tuve una entrevista de trabajo, y cuando el hombre me pidió que le hablara de mà me eché a llorar. Pero no se trata de mi desgracia personal o de autocompasión. Soy una catástrofe ambulante, y todo lo que toco sufre un cortocircuito. Ya tengo miedo a utilizar un medio de transporte… "Me pareció que la atención de las dos disminuÃa, por tanto fui al grano": Sostengo que la maldición de Marija se está cumpliendo, y pienso que represento un peligro real para mi entorno de medio alcance.
[…]
"Por tanto, os pido que me borréis del mapa" dije.
(pp. 156-161)
© 2016 Residenz Verlag, Salzburgo/Viena
Traducido por Richard Gross
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