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Reseña
Revolución playera.
Fragmento (págs. 80-82):
Al anochecer, cuando pasé por la iglesia camino de Reisinger, no di crédito a lo que vieron mis ojos. Que Mü era un desastre en latÃn, ya lo sabÃa, pero que escribirÃa DEVLORA, me sorprendió un poco. Pero aparte de eso, la consigna era casi ilegible, ya que algunas letras se habÃan diluido, formando unos garabatos abstractos. Mientras contemplaba la obra de arte de Mü, el párroco dobló la esquina, seguido de unos obreros que vestÃan overoles blancos. Llevaban brochas y cubos de pintura. Comprendà que debÃa largarme de allà lo más pronto que pudiera. Aunque mi posición frente a la Iglesia era de rechazo, la acción de Mü me pareció bastante tonta. No tenÃa ni la más mÃnima idea de lo que se proponÃa con ella.
Pero entonces recordé que Mü se habÃa burlado una vez del párroco en la escuela, delante de toda la clase. Mü habÃa olvidado que al párroco le tocaba ese dÃa cuidar el pasillo durante el recreo y podÃa oÃrlo todo a través de la puerta abierta. Cuando acabó el recreo, irrumpió en el aula con la roja como un tomate y gritó:
—¡Müller, esto no va a aquedar asÃ! Le espero después de la clase en la dirección.
A raÃz de eso, a Mü le abrieron un expediente disciplinario por mal comportamiento y citaron a sus padres para que vinieran a la escuela. Tal vez la acción con la pintada fuera un tardÃo acto de venganza de Mü.
—Fuck the Army se titula el espectáculo en vivo con Jane Fonda. –dijo Candy dando un mordisco a su bikini de queso y se limpió los restos de kétchup de la boca. Era el único de nosotros que no comÃa salchichas a la parrilla, porque habÃa decidido hacerse vegetariano. «El que mata animales, también mata seres humanos», habÃa dicho, remitiéndose a NÃkolai Gógol.
Me preguntaba por qué en el periódico Volksstimme no decÃan nada de la tal Fuck the Army. Y ahora Candy volvÃa a tener la sartén por el mango.
—Y Donald Sutherland también sale –continuó Candy— ya sabéis, el que actúa con la Jane Fonda en Klute.
Si Candy también se ponÃa a contarnos ahora que ya habÃa visto la pelÃcula, era posible que yo perdiera los estribos allà mismo. Asà que intenté desviar el rumbo de la conversación:
—Tal vez deberÃamos organizar una manifestación. Por todas partes están teniendo lugar manifestaciones de solidaridad con Vietnam, ¿por qué no hacemos, por fin, la nuestra?
Mü torció el gesto.
—Eso no sacude a nadie. Al cabo de una hora todo se habrá terminado.
—¿Y qué hay de tu consigna? –le pregunté, irritado—. En primer lugar, apenas podÃa leerse, y en segundo lugar, escribiste deflora con v en lugar de con f.—Da igual. Lo que importa es el valor simbólico.
—Entonces, ¿vamos a hacer algo o cómo he de entender eso? –preguntó Taylor.
—Claro que lo haremos –Candy sacó de su mochila un ejemplar de Le Monde, que alzó, triunfante—. En ParÃs ya están pasando bastantes cosas, allà la discusión sobre la guerra de Vietnam está estrechamente asociada a los procesos polÃticos dentro del propio paÃs. Sartre juega un papel central en todo ello.
En la portada del periódico quedaron unas manchas rojas del kétchup que tenÃa Candy en los dedos; parecÃan sangre.
Fruncà el ceño.
—¿Desde cuándo sabes tú tanto francés como para entender lo que pone ah�
—¿Para qué están los diccionarios, mon ami?
Poco a poco, Candy empezaba a ponerme de los nervios con su actitud de sabelotodo, sobre todo cuando pensaba que, precisamente, yo tenÃa un examen de recuperación de francés en septiembre.
—Lo que quiero decir –continuó Candy— es lo siguiente: tenemos que pensar más allá de la guerra de Vietnam. Por eso insisto en que la consigna «¡Siervos, sublevaos!» es la única correcta. Y creo que tendrÃa un significado simbólico si apareciera en el edificio de un banco. Eso tenemos que…
—Habla un poco más bajito –lo interrumpió Hendrix—. No hace falta que todo el bar sepa lo que estamos planeando. Además, mi tÃa trabaja en el banco. Si se entera que yo participo en una acción asÃ, ya puedo ir largándome de casa.
Candy miró a su alrededor.
—¿Dónde hay alguien aqu� Esos burgueses de tres al cuarto están todos sentados fuera, en la terraza, emborrachándose.
—¿Y cuándo tendrá lugar la acción? –pregunté—. Yo, en todo caso, esperarÃa un poco, pues puede ser que la policÃa se mantenga especialmente atenta en los dÃas próximos debido a la pintada de Mü.
—Y yo me voy de vacaciones dentro de una semana –dijo Taylor—; no regreso hasta dentro de quince dÃas.
—¿Adónde vas? –preguntó Mü.
—A Lignano –respondió Taylor con poco entusiasmo.
Mü alzó el puño.
—Avanti popolo!
—Por cierto, hoy Heike me ha dado este papel para ti.
De pronto, Hendrix me extendió una hoja de papel doblada. Yo estaba algo boquiabierto y necesité un par de segundos para comprender lo que aquello significaba. Como se trataba de un papel sin sobre, tenÃa que dar por sentado que Hendrix lo habrÃa leÃdo hacÃa rato. Y probablemente también los demás.
—No tienes que ruborizarte –dijo Mü, riendo estúpidamente.
—¿Por qué? Quiero decir… –dije, tartamudeando. Agarré el papel y lo guardé.
© Deuticke Verlag, Viena 2017
© de la traducción, José AnÃbal Campos, 2017
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