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Laura Freudenthaler: Die Königin schweigt.

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Reseña

Fragmento:

Cuando el maestro le pidió a Fanny que fuera su esposa, todos en el pueblo opinaron que hacían buena pareja. Su boda fue la primera que se celebró en el pueblo en la recién construida iglesia de piedra. Se sintió, contó Fanny, como si ese día la hubieran coronado reina. El techo de la pequeña capilla era una cúpula amplia y el órgano se oía hasta más allá de los campos, en los que nadie estaba trabajando porque todos habían venido a ver cómo se casaban el maestro y Fanny. Todos estaban de acuerdo en que nunca había habido una pareja de novios tan hermosa. Tu abuelo era un hombre muy guapo, le dijo Fanny a su nieta. Dónde está el abuelo, preguntó la niña cuando lo escuchó por primera vez. Murió hace mucho, dijo Fanny, como si se le hubiera ocurrido en ese momento. No se dio cuenta de que había estado callada sino hasta que volvió a emerger de sus pensamientos. La niña estaba sentada frente a ella y la contemplaba. Con frecuencia Fanny tenía la extraña sensación de que la niña conocía el pasado del pueblo, en el que nunca había estado. Como si pudiera ver las imágenes aunque Fanny no se las contara. Era una pequeña reina. Tu abuelo era el maestro del pueblo, le dijo Fanny a su nieta, a la que le gustó mucho cómo sonaba aquello.

El día de su boda Fanny salió de la granja en la hondonada para mudarse a la escuela, que estaba arriba en la colina. Desde entonces la llamaron la maestra. Fanny instaló la vivienda en el primer piso y comenzó a sembrar un huerto detrás de la escuela. Desde ahí hubiera podido mirar más allá de la hondonada, si el viejo casal no hubiera obstruido la vista. Antes había vivido en el casal el administrador del señorío, ahora vivían ahí los trabajadores del bosque y el aserradero. Fanny se sentía como si hubiera salido de una pesada nube al mudarse allá arriba. Siempre que se encontraba en el huerto y oteaba el valle y el casal frente a la hondonada, Fanny, instintivamente, respiraba hondo, y comprendía que había estado conteniendo el aliento. El sacerdote, que también era nuevo, gustaba de visitar a Fanny en la escuela. Hablaron sobre los alumnos, sobre su malnutrición, y Fanny dijo que ella podría organizar un comedor escolar. Para qué si no había asistido a la escuela de economía doméstica. El cura decía que Fanny era la mujer más culta del pueblo. Fanny no sabía si se estaba burlando de ella, pero cuando él vino la próxima vez, le dijo que se había informado y que la Iglesia la apoyaría. La llamó virtuosa y se ofendió cuando Fanny se echó a reír. Fanny le contó a su marido sobre estos planes. Como el maestro no quería que al cura se le subieran los humos, consiguió que también el partido le asignara alimentos a Fanny para que pudiera cocinarles a los niños. El cura dijo que el carné del partido rojo estaba fuera del lugar en el campo. Fanny dijo que le daba lo mismo, mientras los niños tuvieran algo que comer.

(Pág. 44 s.)

Entre más tiempo esperaba Fanny en la oscuridad, más extrañas se tornaban las cosas. Estaba acostada en su cama matrimonial, en el primer piso, debajo de ella se encontraba la cocina de la escuela, y al lado, el cuarto donde dormía Toni. Enfrente, en el viejo casal, estaba Liese. Fanny pensó en lo que iba a cocinar al día siguiente, pero comprendió que ya no lo sabía. No sabía qué iba a cocinar al otro día y tampoco sabía ya en absoluto cómo cocinar lo que fuera. Ya no creía que su huerto todavía estuviera ahí. Fanny hizo la almohada a un lado y se deslizó hacia arriba en la cama, de modo que su cabeza tocó la madera. El padre nunca se quedaba tanto tiempo en la taberna. El padre nunca iba a la taberna. Fanny se pasó las manos por los ojos. Pensó en el nombre de Toni y en el hermano. Éste estaba bailando, quizá con su María. No, Fanny apretó con los dedos los huesos encima de los ojos. Toni, el niño, el pequeño, estaba acostado en el cuarto de al lado. Ella misma era su madre, la madre de Toni. Fanny se levantó. No se ubicaba en la habitación, la puerta estaba en el lugar equivocado, y Fanny se golpeó la rodilla contra la cama. Fue a la cocina porque no encontró el cuarto con el niño, y cuando finalmente estuvo junto a su cama, Toni estaba tumbado ahí, con los ojos abiertos, mirándola. Fanny pronunció su nombre. Se sentó en la cama y lo tocó, las manos y las mejillas calientes, el cuello con la arruga bajo el mentón, y por fin se acordó. Duerme, dijo, duerme, y después se fue y se recostó de nuevo en su cama matrimonial y trató de pensar en lo que iba a cocinar al día siguiente.

(Pág. 86)

© 2017 Literaturverlag Droschl, Graz
© de la traducción, Claudia Cabrera, 2017

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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