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Recensión
(…) respiro hondo, el aire de la noche se ha vuelto más fresco desde que comenzaron las lluvias, asà y todo siento sudor en la frente y agotamiento en los huesos; bajo la cabeza y me miro las piernas, las peleas me cansan, simplemente te pido que me dejes sola un rato, le digo a Samuel que sale a buscarme, simplemente déjame, y él se encoge de hombros y vuelve a entrar en la casa pero deja la puerta abierta; yo enfilo calle arriba, hacia la casa de los vecinos, y al pasarla sigo subiendo hasta la siguiente, y hasta la de más allá, mirando, a través de las ventanas nocturnas, al interior de los hogares donde las familias están reunidas para cenar; por puertas y ventanas salen los olores de la carne y los frijoles, y me pregunto si alguna vez Samuel y yo alcanzaremos esa normalidad, si alguna vez habrá algo parecido a la rutina que tenÃamos en Viena, donde durante las cenas nos contábamos nuestras vivencias del dÃa; cuánta seguridad proporcionaban aquellos rituales, y cuánto me engañó; quizá Vali tenga razón con que esa seguridad no existe, uno no puede sostenerse en la vida de los demás, me advirtió cuando me enamoré de Samuel y lo único que querÃa era pasar el tiempo con él; nadie es inquebrantable, ¿comprendes?, te sientas en una sillón cojo y esperas que te dé sostén, entonces no te extrañes si acabas en el suelo llena de moretones, y yo susurraba, pero si Samuel no es un sillón cojo, y ella se reÃa, no es ni más ni menos cojo que los demás, es en ti misma donde tienes que encontrar sostén, ¿comprendes?, y yo entonces pensaba, sÃ, ahora comprendo por qué ella se dedica con tanta entrega a su trabajo sacrificándole cualquier relación.
No tengo tiempo para esas tonterÃas, suele decir después de la primera pelea con el novio de turno, y lo deja, y sus ojos brillan de orgullo, como si lanzara al hombre a un volcán, a modo de ofrenda a los dioses de la independencia, mientras que yo lidio con Samuel a ver quién de los dos tiene derecho a estar bien y quién tiene que sufrir, quién sacrifica más, cuánto tiempo he de seguir aguantando y cuándo puedo retirarme; miro impaciente la carretera en busca de faros de automóvil, anhelo ver el coche gris de Nacho, anhelo sus ojos serenos, qué diferente es su mundo, incluso sus palabras son diferentes, blandas como el algodón, mientras que las de Samuel me golpean como las piedras. Pero la calle permanece vacÃa, y desando el camino hasta la casa de Marta, donde la puerta sigue abierta de par en par, mientras dentro todos duermen, Marta en el sofá y Samuel en nuestra cama, boca arriba y con los brazos muy separados del tronco como si estuviera esperando que me acueste a su lado. Miro su cara de paz, en la que se ha desvanecido todo reproche; cuando está dormido siempre me atrae con su inocencia, fundamento de todas nuestras peleas, fundamento que nos es común, como el fondo del mar, mientras que en la superficie chocamos como las olas, pero quizá es esa inocencia la que me engaña, quizá es ella el sillón cojo que una y otra vez se desploma bajo mi peso.
(págs. 117 y s.)
© 2015 Literaturverlag Droschl, Graz.
© de la traducción Richard Gross, 2016.
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