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[La aproximación]
Muestra de texto
Reseña
Pasamos la tarde al aire libre, ya de pie, ya sentados, y la educada conversación común se fue desflecando en conversaciones de grupos, en un murmullo y zumbido de voces al que papá asistÃa impasible. Pero luego, de forma inopinada, se hizo notar con un grito encarnizado: ¿Es que mi muerte os resulta demasiado lenta? Una airada sublevación contra la pregunta que todos abrigaban en secreto pero que habrÃan rechazado con escándalo: ¿A qué edad quiere llegar?Papá está ensayando la revuelta, dije a Edgar y prorrumpà en risa.¿Acaso se convertÃa, a su avanzada edad, en un rebelde que por fin se atrevÃa a defenderse? Notaba yo desde hacÃa un tiempo que repelÃa los desmanes de su mujer con una contundencia a la que ella no estaba acostumbrada. La mayorÃa de las veces la mujer se resignaba meneando la cabeza y mascullando con fastidio. Durante su vida entera papá habÃa procurado obrar a gusto de todos, incluso asumÃa los errores ajenos, no habÃa nacido con el don de defenderse y de reclamar sus derechos. Y ahora, de pronto, pasaba de los sentimientos de los demás y se insubordinaba, ahora que ya nadie lo tomaba en serio. Y luego ese estallido por su pasado en la guerra ante aquellos invitados que en el fondo le importaban un bledo. Ese comportamiento no cuadraba con él. ¿PretendÃa acaso hacer una autoacusación, una confesión tardÃa, o buscaba protagonismo? ¿CreÃa revelar crÃmenes de los que nadie sabÃa?Cuarenta años atrás, yo querÃa llevarle la contraria: Di la verdad, la conoces. Dices que estuviste ahÃ, entonces también sabes que el colaboracionismo de los nacionalistas ucranianos os venÃa al pelo, que os saludaban como amigos porque asesinabais a sus judÃos. Pero esta vez callé. ¿Iba a dar lecciones a un viejo de noventa y siete años? Era otra la pregunta que me ocupaba. ¿No decÃa la verdad por convicción o por ignorancia? ¿También en nuestras conversaciones tempranas habÃa torcido la verdad según le convenÃa? ¿Y quién era el destinatario de su insólita vehemencia? ¿Me reprendÃa a mà por haber atacado a Ludmila? ¿QuerÃa decirme: sea cual sea la verdad, puedes juzgarme a mà pero no a Ludmila ni a su gente, antes prefiero asumir yo la culpa? Su ajuste de cuentas con los camaradas del frente, ¿incluÃa a su propia persona? No recuerdo que jamás dijera nosotros cuando hablaba de sus fechorÃas. Observé cómo le temblaban las aletas de la nariz y su boca se contraÃa como después de una ofensa. Conozco su cara, he tenido cuatro décadas para estudiarla, y vi cómo el cuerpo se le estremecÃa bajo la vestimenta demasiado suelta. Noté la hostilidad de una parte de los invitados y la perplejidad de la otra. Si me quedaba, ya no habrÃa lugar para una conversación distendida. Crucé una mirada con Edgar y afirmé con la cabeza: es hora de irse. Me incliné hacia papá y susurré deprisa: Te quiero. SabÃa que él no podÃa oÃrme porque desde el ictus no captaba las palabras dichas con la boca ladeada. Me habrÃa faltado el valor para decirlo en voz alta, y tampoco estaba segura de que él quisiera oÃrlo. No reaccionó, quizá ni siquiera se daba cuenta de que partÃamos.Espero que ahora todos puedan relajarse, dijo Edgar cuando estábamos en el coche. Ese pequeño discurso iba para ti, querÃa demostrarte su valentÃa.Me pareció un actor que ha aprendido mal su papel. Más bien creo que quiso demostrarle a Ludmila que estaba dispuesto a protegerla de mÃ, de cualquier sospecha, incluso de la verdad. Los alemanes no necesitaban cómplices para sus crÃmenes, era eso lo que querÃa decir. No es cierto, y él lo sabe.Eres injusta, replicó Edgar. Los hombres de su generación nunca se armarán de valor para contarlo como cuentan otras cosas de su vida. Lo que ahora no sabes, él nunca te lo dirá.
(pp. 287-289)
© 2016, Luchterhand Literaturverlag, Múnich
Traducido por Richard Gross
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